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Cuando inició la Semana Santa pensé en lo más profundo de mi interior que empezaría mis soñadas vacaciones del primer cuarto del año, venía unas semanas antes buscando ese descanso mental y laboral, planeando a dónde ir a pasar unos días de retiro, tirada en la nada sin tener que preocuparme del día a día y su rutina.

Durante la Semana Santa pude gozar a mi familia, mis hijas, mi esposo y -aunque no me crean- a mi suegra también a la orilla del lago de Atitlán; quién no iba a descansar viendo el lago más hermoso del mundo, a la Reserva Natural de Atitlán con su mariposario, a la famosa calle Santander con todos sus coloridos tejidos típicos y una que otra creación influenciada por el “norte” -como los colores neón-, así como a los turistas o personajes que crean historias del lugar; pero como todo, las vacaciones terminan, ninguna es eterna.

A pesar de que estaba de vacaciones, durante esos días cambié la oficina por la cocina, dejé de redactar correos por lavar platos, ya no pensaba en revisar planes de mercadeo sino en lavar y doblar ropa, cambié mi escritorio por la caminata en la calle y dejé los tacones por un par de sandalias; pero nunca dejé de ser mamá. Dejé la computadora por hacer pulseras de hules y cambié el maquillaje por los besos pegajosos de mis niñas; pero nunca dejé de ser mamá.

A lo largo de esta carrera laboral sin descanso confieso tener pensamientos tanto negativos como positivos de este trabajo maternal, del cual a la fecha -y gracias a mi familia- no me despiden aún, en donde no se gana pero se goza, donde nunca te mandan a un curso para saberlo hacer mejor pero en la práctica aprendes de todo -hasta de medicina general-, donde te toca comerte las sobras de tu empleador, como trabajar a tiempo completo -24/7- y con toda la buena actitud del mundo a pesar del desvelo, porque el servicio no termina, siempre te espera verte sonriendo y con toda la disposición o buena voluntad para resolver sus desafíos o para inventarte algún juego o cuento aunque estés muerta de cansancio.

En esta carrera o trabajo del ser mamá, ninguna experiencia es igual a la de la otra, a pesar de que los requerimientos del perfil laboral sean los mismos, a unas les exige más el empleador que a otras. Tengo que admitir que en mi caso tengo a un excelente dupla -mi esposo-, quién me facilita la mayor parte este trabajo sin descanso, y que gracias a él puedo “hacer trampa”, descansar de vez en cuando, escaparme y ausentarme por unos minutos o darme tiempo a mi misma para recargar pilas, pero debo admitir que no para todas es el mismo caso; a algunas se les complica más aún por diversos desafíos, por ejemplo la salud del empleador o porque no tienen socio en esta labor que las apoye y que por lo tanto, les toca toda la tarea exclusivamente solas, lo cual la hace más agotadora que la de las demás.

Regresando del descanso de Semana Santa pude validar que eso de ser mamá es constante y perenne, de por vida, no tiene recesos, ni respiro, ni tregua alguna, no existe la carta de renuncia y que siendo así, terminé un tanto o igual de cansada que como empecé el “descanso”. Ya reiniciando mi rutina de la semana laboral, pude sentarme a ver un comercial que mi hermana me compartió, aquel que se ha convertido en un “viral” en los pasados días, que describe todas esas características o funciones que vienen a detallar el perfil y los requisitos del cargo que nos da como título el ser “mamás”, un corto que cae como “anillo al dedo”.

Mamá no solo es el nombre que recibimos por gestar y parir a un hijo, implica cumplir una lista de responsabilidades, reunir un perfil con una serie de descripciones que nos hacen iguales, pero al mismo tiempo únicas y diferentes, ser mamá es un cargo al que muchas mujeres deciden por voluntad propia renunciar sin siquiera aplicar, y que ningún hombre podrá entender con exactitud.

Ser mamá, sin importar las circunstancias de cada una, nunca se deja de ser.

 

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