La inteligencia emocional se consigue como el resultado de la validación de los sentimientos durante nuestros primeros años de vida; los niños están expuestos a experimentar varios sentimientos que brotan naturalmente como una reacción ante las situaciones como “me quitaron mi juguete”, “se terminó mi leche”, “no puedo atar las cintas de mi zapato”, “no quiero que abraces a papá”, “¿a dónde se fue mamá?…

Nuestra responsabilidad de padres es canalizar y ayudar a nuestros pequeños a que identifiquen y validen estos sentimientos durante sus primeros años de vida; de modo que, si los padres no logran hacerlo, pasarán la vida entera buscando validación por doquier a través de terceras personas sin sentirse completamente satisfechos y autorealizados.

 

Hemos encontrado estas preguntas que son básicas para el desarrollo de este tema en particular:

 

¿Por qué debieran ser educados los sentimientos, si son algo tan natural?

Porque son una realidad humana muy fuerte que nos impulsa o nos retrae a actuar, para bien o para mal. Y es una realidad humana que a veces, muchas veces, tiene más fuerza que la razón y la voluntad. Además, vivimos en una época donde la gente cada vez se guía más por los sentimientos y, por lo mismo, más vale educarlos bien, no darlos por supuestos, ya que, de lo contrario, pueden generar consecuencias muy negativas.

 

¿Cuáles son los ejes de una buena educación de los sentimientos?

El refuerzo afectivo. Esto quiere decir que hay que elogiar a los hijos cada vez que hacen algo bueno, de manera que ellos, viendo la alegría de sus padres, disfruten haciendo el bien y estén a disgusto cuando hacen el mal.

 

El paso previo, sin embargo, es que ellos conozcan cuál es el bien…

Los papás son los responsables de ir formando éticamente, moralmente, a los niños, porque ellos no son capaces de discernir lo que está bien de lo que está mal; no tienen la madurez para hacerlo. Una vez que conozcan el bien, los padres debemos guiar los sentimientos hacia la aprobación o desaprobación de un acto, según sea éste bueno o malo.

 

¿Qué importancia tiene el ser “educado” emocionalmente?

La persona que tiene una estabilidad emocional es una persona más segura de sí misma, que logrará desarrollar plenamente sus potencialidades, generando una armonía familiar, laboral, social, siendo capaz de amar. Mientras que la persona que no tiene esa estabilidad emocional, tendrá que lidiar toda su vida con esta lucha interior que socava su capacidad de pensar, de sentir, de trabajar, de amar.

 

¿Cuál es la principal dificultad que pueden encontrar los padres en esta tarea?

Afecta mucho el hecho de que la mayoría de los padres y madres trabaje y llegue tarde a sus casas, pues a esas alturas todos están cansados para educar. Y educar los sentimientos requiere tiempo. También supone un obstáculo la sociedad de consumo, que va creando necesidades de tipo material, y los padres en realidad no se dan cuenta de que los niños se divierten con muy poca cosa, principalmente con el tiempo y afecto que les dediquen.

 

¿Qué hay de las dificultades de los propios padres para expresar sentimientos?

Hay dificultades, es cierto, porque expresar los sentimientos lleva a encontrarse con uno mismo, a enfrentar cosas que a lo mejor duelen. Por otra parte, es cierto que no todos tienen la costumbre de hacerlo. Y eso se entrena, hay que enseñarlo, porque, como decía, son muy pocas las personas que saben cómo expresar los sentimientos. Y no hablo sólo de hacerlo frente a los padres, sino también frente a los hijos, sobre todo a los niños. Cuesta tener claridad acerca de qué se les puede decir y qué no.

 

Para que los niños aprendan a expresar sus sentimientos, los padres deben:

 

1. Escuchar con atención lo que sus hijos están diciendo.

2. Expresar aceptación hacia los sentimientos con frases como: “Ah, ya veo…”.

3. Ponerle nombre a lo que sienten los hijos: “Estás enojado…”, “parece que sientes miedo…”

 

Todos los sentimientos deben validarse. Si el niño siente que sus padres rechazan sus sentimientos, probablemente no se los comunicará más. Ello no implica, sin embargo, que haya que aceptar malas conductas para que éste “no se sienta mal”.

 

Vía: Hacer Familia

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