El apodo “súper mamá” sólo trajo estrés a las mujeres. Mejor volver al de reina, que significa cuidar de todos y saber qué ocurre en sus tierras, pero también delegar tareas y darse momentos para descansar.

Alejandra lleva una hora ordenando el closet de la pieza de su hijo Matías, quien tiene 17 años. Sacude, se encarama en una silla para limpiar donde no alcanza y revisa acuciosamente qué cosas no vale la pena guardar. A la media hora, Matías se fija que la cara de su mamá no es la de siempre. “¿Te pasa algo?”, le pregunta. “Sí, estoy con un dolor de espalda muy fuerte, desde anoche. Apenas dormí”. “¡¿Y por qué no te vas a descansar, entonces, mamá?!”, exclama Matías, entre preocupado y enojado.

Que pase esto tal vez es culpa de Matías y de todos los demás hijos que no se hacen cargo de sus cosas, obligando indirectamente a sus mamás a hacerlas para que el hogar no se convierta en un chiquero. A lo mejor también es culpa del papá de Matías y de todos los demás maridos que no han sabido transmitirles a sus hijos que ser mamá y dueña de casa es muy cansador y que, por lo tanto, es importante que todos ayuden.
Pero si la mujer es la que se cansa y siente que no la apoyan en sus labores, no puede seguir barriendo y llamando al gásfiter como si nada esperando a que los demás descubran que necesita más ayuda o gratificaciones. Al revés: es ella quien debe provocar el cambio de mentalidad en la familia para ser la reina de la casa y no la esclava.

Mamá de carne y hueso

“El papel de la mujer es muy importante, pero eso no quiere decir que ella sea súper poderosa”, dice la psicóloga Débora Gálvez. Al revés, ser mamá, esposa y dueña de casa, es una enorme y difícil responsabilidad; más aún si además trabaja fuera de la casa. Por eso, la mujer necesita de una estrategia para poder cumplir su papel. Si sólo acepta, y hace, y corre a apagar el incendio donde sea que esté, puede terminar sintiéndose agotada y tal vez hasta pasada a llevar.
Además, para bien o para mal, cuestionarse las cosas es una característica del hombre actual: poca gente acepta a ojos cerrados la realidad que le tocó. Para quienes saben ir más allá de la crítica esto es positivo, pues presenta la oportunidad de mejorar las circunstancias. “Dentro de las familias pueden irse haciendo arreglos para que cada uno de sus miembros esté contento, incluido la mamá”, dice Débora Gálvez.

Dejarse ayudar

Es bueno que las mamás aprendan a expresar sus sentimientos a la familia y a no quedarse calladas cuando algo les molesta. Es lo que hacen todos los demás en la casa y lo que haría un empleado en su lugar de trabajo. También deben ser capaces de delegar y dejarse servir, cosa que a veces no es fácil.
“Debe asumir el riesgo que significa no hacer las cosas ellas. Así, si está enferma, por ejemplo, lo que corresponde es quedarse en cama y decirle a un hijo o al marido que las reemplace en lo esencial y que le lleve la comida a la cama”, dice la psicóloga. Lo mismo si tiene una comida con amigas: si se muere de ganas de ir, debe ir. Además, es cierto que “madre hay una sola”, pero también es verdad que nadie es imprescindible. Sobre todo, si los hijos ya son grandes; sin duda les hará bien tener que cocinar su propia comida.

Ojo con pedirle peras al olmo

Con un cambio de actitud de la madre se puede lograr que la familia valore su esfuerzo y estén más pendientes de ayudarla. Eso sí, para que eso suceda, es necesario haber inculcado en los hijos el valor de ser agradecidos, la generosidad, la comprensión y el respeto. Esto, principalmente a través del trato entre los papás y también con el testimonio de la forma en que ellos se relacionan con las personas de afuera de la casa. Por eso, es clave que el primero en ofrecerle ayuda a la mujer sea su marido.
En segundo lugar, las mamás con hijos adolescentes deben saber que tienen que armarse de paciencia. Atrás quedó la época en que un abrazo apretado del niño le hacía olvidar la noche en vela que pasó por cuidarlo. Pasados los 13 años las gratificaciones serán cada vez menos directas y menos frecuentes, llegando a lo mejor a desaparecer. “Sólo cuando se hacen adultos pueden valorar y entender lo que su mamá hace por ellos. La adolescencia es una etapa en que naturalmente se toma distancia de los padres y no hay que tomárselo como algo personal”, dice la psicóloga Débora Gálvez.

Haga el experimento

• Objetivo: Lograr que los hijos valoren el trabajo que hace su mamá en la casa.
• Aplicación: En niños mayores de 10 años.
• Metodología: El matrimonio reúne a la familia y anuncia que cada uno hará dos listados. Uno, de las cosas que hizo en el día; y otra, de las cosas que creen que su mamá hizo durante ese mismo día.
• Discusión: Cada uno leerá en voz alta sus dos listas. Después, la mamá leerá su propia lista de las cosas que hizo en el día y el por qué de cada acción.
Ejemplos:
• Fui a tres librerías a conseguir el libro de castellano para Pablito.
• Fui a cambiar el chaleco que le regalaron a la Berni porque ella lo prefería en rosado.
• Resultado esperado: El marido y los hijos quedarán sorprendidos de la cantidad de pequeñas cosas que hace la mamá.
Otra idea que funciona es hacer cada cierto tiempo reuniones familiares de evaluación. “Es una buena instancia para que cada uno, incluidos el papá y la mamá, cuente cómo está y si necesita algo de los demás. Así se va forjando un ambiente de preocupación por el otro”, dice la psicóloga Débora Gálvez. En caso de que la mamá necesite ayuda concreta en algunas tareas de la casa, en esa misma reunión pueden distribuirse las tareas. Eso ayudará a que cada uno se haga responsable del encargo que le tocó y se evita el desgaste de estar cada día discutiendo quién hace qué cosa.

Vía: Hacer Familia

Imagen vía: twinpossible.com

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