Somos mamás que con la misma constancia llevamos a nuestras pequeñas a cada clase, haciendo que durante la espera en la banca mientras ellas ensayan, podamos conocernos un poco más y más, hasta llegar a tener empatía e identificación con muchas de ellas.
Somos mamás que con la misma constancia llevamos a nuestras pequeñas a cada clase, haciendo que durante la espera en la banca mientras ellas ensayan, podamos conocernos un poco más y más, hasta llegar a tener empatía e identificación con muchas de ellas.

Conozco varias mamás -y me incluyo- que dedicamos una gran parte de nuestro tiempo a nuestros hijos, involucrándonos en sus actividades y descuidando cada vez más las nuestras; vamos y venimos desde el colegio, la piñata, el ensayo, la clase, la terapia, el chequeo de salud… y muchas actividades más que pasan a convertir nuestro mundo en algo parecido a lo que yo llamo un mundo “hijocéntrico”.

A pesar de que soy una mamá “de oficina”, tengo 3 años de llevar rigurosamente a mi hija mayor a clases de ballet, he soñado con verla debutando en algún escenario famoso por el mundo, pero a su corta edad ya bailó en el Teatro Nacional y eso para mí ya es recompensa. Cada recital que se hace, no sólo implica el esfuerzo y la disciplina del alumno, también en gran parte del profesor o maestro, pero sobre todo, de la disciplina que inculcamos en nuestros hijos, esa disciplina que me hace no perderme la mayoría de las clases y esperar una hora sentada hasta que termine la lección del día aunque tenga que cancelar o llegar tarde a cualquier actividad establecida en el mismo día y mismo horario.

Mientras el tiempo pasa, he conocido en ese trayecto a muchas personas, -mujeres y mamás- que sueñan como yo, con ver a esas bailarinas en todo su esplendor en el día del recital, llevando con la misma constancia a sus pequeñas a cada clase, haciendo que durante la espera en la banca mientras ellas ensayan -como bien se representa la escena de “Mi Villano Favorito”-, podamos conocernos un poco más y más, hasta llegar a tener empatía e identificación con muchas de ellas.

Reconozco haber llegado la primera vez y haberme sentido como una total extraña, un “pollo comprado”, no conocía a nadie, pero con el tiempo esa empatía, afinidad o identificación que compartimos en común, nos hace estrechar lazos de amistad con las demás mamás que comparten ese mismo sueño y disciplina, que muchas veces se torna en monótona, pero que nos trae como fruto una nueva amistad, que no necesariamente es la del colegio, del trabajo, de la familia extendida, etc… sino que llega como fruto de la vida “hijocéntrica” que llevamos.

Hoy leía que para tener amigos sólo se necesita saber escuchar. Puedo afirmar que no importa qué escuchemos, solo importa ese momento de catarsis que está experimentando la otra persona, ese compartir y validar lo que a nosotras como mamás nos hace vivir este rol, y saber que nuestra vida no sólo gira alrededor de nuestros hijos, sino que nosotras también tenemos nuestros temas y preocupaciones.

El valor de la amistad tarda meses en construirse, y minutos en destruirse, por esto, la amistad es de los valores más atesorados cuando encuentras la verdadera. Cuídala. Cuida a los amigos de antes, durante y los que vendrán.

El tiempo ha pasado. Anoche éramos cuatro mamás, las que compartimos la banca cada ensayo, con las que nos hemos conocido en este tiempo; mamás con quienes he podido pasar horas y horas hablando de tanto y nada, que compartimos muchas experiencias, mas no personalidades, que vivimos cosas en común, desde lo que nos hace felices, nos frustra, nos hace entristecernos, lo que nos preocupa, nuestras vidas pasadas, nuestros anhelos y proyectos personales… pero esta vez éramos sólo las mamás acompañadas de una buena plática, ya no esperando a nuestras hijas salir de clase, sino aquellas que hoy disfrutan una amistad que con el tiempo está en constante formación, y que cada una de nosotras podemos aprender a valorar como fruto del tiempo que dedicamos a nuestros hijos.

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